sábado, 30 de julio de 2011

El miedo.

  Una noche, hace como 4 años, estaba en un bar festejando el cumple de un amigo y cuando me dí cuenta ya se había metido en mi. Adelante mío, paradito ofreciéndome un trago, estaba el que podría haber sido el amor de mi vida sin dudas. Y yo estaba entre él o el miedo. Y ganó el miedo. Como siempre.


 Me subí a un taxi, temblando, y me fui a casa sola. 


  Pasaron dos años hasta que lo volví a sentir. Estaba en un boliche, bailando con amigas, divirtiéndome y riéndome mucho. No sé qué pasó, qué fue lo que hice, lo que vi... No sé nada, porque en realidad creo que nada había pasado más allá de que mi cuerpo empezó a temblar, a desvanecerse. Y de nuevo me ganó. De nuevo al taxi. De nuevo a casa.


  El miedo te hace eso. Te atrapa en el medio de tu día, o al final, o al principio, con amigos, sola, en la facu, en el cine, en la fiesta. No importa. 


  Empieza despacio, te duele la panza, temblás despacito, transpirás frío, te sentís mal. Preferís mejor volver a casa a acostarte porque pensás que seguramente te hizo frío, que en la cama se te va a pasar. No desconfiás porque quién no se descompuso fuera de casa alguna vez?.


  De a poco empecé a evitar ese boliche porque pensaba que algo tenía que ver. Ése boliche y ése grupo de amigas (¿?). Con los meses empecé a salir cada vez menos porque total ir a bailar ya era más de lo mismo, a todos nos pasa esto de crecer. Estaba bien así. No me hacía falta salir para ser feliz. Total tenía novio y amigas. Era más fácil dormir y estar bien a salir y quizás enfermarme.


  El miedo te angustia, te deja sola. Pasó el tiempo y el estómago me dolía constantemente, tanto que se hizo una costumbre. Respirar hondo no curaba esa presión que sentía por dentro, como si me acabaran de dar una mala noticia. Esa era la sensación. 
  Con ese dolor constante empezás a dudar de todo. Dudás de vos. Sentís que seguramente en cualquier instante vas a empezar a temblar, la descompostura, la transpiración, la desesperación. Y que seguro seguro en 10 minutos vas a tener que volver a la cama. 


 Entonces mejor no salir, mejor no llamar a las chicas, ni a mi novio, ni a nadie.


- Gordi querés que vayamos a comer algo por ahí?
- No... No te enojes, por favor, es que tengo miedo que en el medio del restaurante me sienta mal y tengamos que volver. Mejor vení y comamos en casa.


  De repente notás que estando sola, el miedo no te deja en paz, porque si te agarra estando con alguien, también te va a agarrar sola. Entonces tus días se vuelven una espera constante al miedo. Tanto es el miedo que, misteriosamente, una tarde antes de ir a la facultad, estás en la parada del colectivo mirando a toda la gente que se ríe, toda la gente que es "normal"... Que suerte tienen, ellas pueden ir y venir con la alegría del día a día sin tener que estar pensando que en cualquier momento van a tener que volver corriendo a casa. Y cuando menos lo pensás ya estás temblando. Y decidís no subir al colectivo y mejor volver a casa, porque si ya estás temblando lo mas probable es que cuando llegues a la facu el miedo ya se haya apoderado de vos.


 A partir de ahí, claro, el colectivo no se toma más en esa parada. Ya son muchos los lugares a los que no se puede volver.


  Y bueno... La facu es complicada, hay mucha gente. Gente que te pregunta qué te pasa, que quiere conversar, que quiere quedarse fuera de hora, que te mira, que te saluda. No no, mejor no vayamos a la facu tampoco. Al final, qué me importa a mi, ésto ya se me vá a pasar, es cuestión de acostumbrarse. Total con mis amigas sigo hablando por el celu, las sigo viendo en el chat.


  Ah pero no... El miedo también te impide eso. A los 2 meses de haber estado en ese boliche aquella noche, yo ya no podía ni siquiera mirar el celu. Los mensajes me asustaban. No atendía llamadas porque las personas querían hablar, claramente. Y yo... yo no podía ni hablar. 
  Si venía alguna amiga de visita, yo lloraba, le pedía a mamá que le diga que no estoy y me sentaba en un rincón de mi cuarto, me hacía una bolita en el piso y lloraba y pedía por favor que no entren. Mi mejor amiga un día me llamó:

- Vicky puedo ir a verte?

- No, por favor, yo te extraño pero de verdad no puedo verte.
- Dejame ir, si no querés no hablamos y cuando vos me pidas yo me voy.
- No, de verdad no voy a poder verte, perdoname pero no puedo.
- Perdoname vos, pero soy tu amiga. No podés pretender que yo, sabiendo que estás así, no vaya a verte aunque sean dos segundos.


  Mi amiga vino esa tarde. Para quedarse dos horas en el living de casa, hablando y cenando con mi familia. Pero nunca pude salir a saludarla. No había lugar mas sano que mi habitación. Ahí nunca, nunca sentía miedo.


  Entonces estamos así... Sin salir, sin ver ni amigas, ni novios, nada. No vamos a la facu, no tomamos colectivos, no atendemos el celular, no abrimos el chat. Nada. Y la única compañía que te queda, es la comida. Pero adiviná qué.


  Obvio, comer tampoco podés. Porque comer significa que la panza te va a doler peor. Cuando te dan una mala noticia es imposible comer, viste? Tenés el estómago cerrado. La sensación es la misma. Pero llevaba 2 meses. Entonces llegó el día que me dí cuenta que hacía ya una semana exacta que no comía, pero no por verme gorda, por verme fea o porque me haga mal. No comía porque me daba miedo. MIEDO.


 El miedo me dejó así: 


 Eso no era hambre. Esas rodillas, esos huesos marcados, esa falta de todo, era producto del miedo.


  Esa misma tarde llamé a una amiga muy especial y le dije:


Hola, no voy a ir a la facu... Podés venir a verme? Hace una semana que no como y no sé cómo hacer para volver a hacerlo. Ayudame.




  No salir, no ver a nadie, no hablar, no dormir, etc, no me iba a matar. Yo aguanté casi un año sintiendo todo eso por la simple razón de que era más fácil quedarme a dormir que enfrentar lo que me estaba pasando. Pero no comer era grave. Si no comés, te morís. La ecuación es simple.


   Ella me presentó a Fer, mi psicólogo. Fue un ángel caído del cielo, de verdad. Porque esa tarde fuimos a buscarlo y él no estaba, pero en el camino de vuelta lo cruzamos en la calle y aceptó, sin dudarlo, encontrarse conmigo al día siguiente.


  Ese Viernes empezó mi recuperación para nunca más dar un paso atrás. Fer me dijo muy clarito: El miedo no es una enfermedad, Vicky. El miedo no es una gripe que va pasando por la calle y te atrapa. El miedo es algo que vos misma te creaste en la mente, y que sólo vos vas a poder sacarlo de ahí.


  Sus palabras fueron suficiente para que yo llegue esa noche a casa y cene, por primera vez en una semana.

  Por supuesto que la recuperación no fue de un día para el otro. Tuve altibajos, tardes enteras de llantos, de pedir por favor que ese pánico se vaya. Tuve muchas comidas mas sin poder comer. 
Muchas veces mas de volver a casa en medio de una salida, de un examen, de una película. Pero siempre con la idea fija de sacar esa angustia que sentía y que sólo yo podía sacar.


  Fer me hizo reír, si. Pero el verdadero secreto está en rodearte de personas de confianza. No tener miedo a decir lo que te pasa. A nadie. Explicar que si te parás y te vas, te tienen que dejar ir. 


  Te hacen falta tener amigas incondicionales, como las que tengo, que te ayuden y te digan "Vamos a dar la vuelta a la manzana, despacito. Si te asustás, pegamos la vuelta, te prometo... Vamos de a poco". Amigas que se quedaron Sábados enteros con vos, porque vos no podés ir a bailar. Que inconscientemente se quedan a comer para que no tengas excusas de evitar el almuerzo. Amigas que te dicen "Vamos de viaje?" cuando vos creés que pasar horas dentro de un colectivo sería lo último que harías pero que, de repente, te ves haciéndolo y te das cuenta que fue el viaje mas significativo de tu vida (Irme de viaje???? - pensaba yo - Y que hago cuando quiera volver a mi habitación??? Voy a estar a 1000 km!!). Amigas que te entendieron tanto que hasta incluso lograron engañarte a vos misma para que puedas recuperarte para siempre.


  El día de mi tesis de recibida pensé que no lo iba a lograr. Pensé que estar mas de una hora encerrada en una habitación, hablando y sintiendo la presión obvia del momento, iba a hacer que yo salga corriendo.
  Ese dia llegué y estaban todos. Mi familia, mis amigas incondicionales... Y Fer. 
  Me hicieron ver que no tenía motivos para tener miedo, porque nada malo me podía pasar. 




  El tiempo pasa y todavía quedan secuelas. Todavía me cuesta ir a boliches, todavía siento miedo a veces y evito ir a ciertos lugares (al boliche de aquella vez, nunca mas volvi). Pero me arriesgo, voy sin pensar en nada porque sé, que lo peor que me puede pasar, es tomarme un taxi y volver a casa.


NADIE MUERE POR CULPA DEL MIEDO.


  Y creo que lo mas sano que pude hacer fue dar aviso de que algo, adentro mío, andaba mal. Y lo bien que hice.





Gracias. 





El virus del miedo:



Lo amaban, ni más ni menos, y se sacaba cada mañana las espinas del sueño. 
Juraba y maldecía y se enredaba en la alambrada de la mansa rutina.
Vivía como tú o como yo. Los viernes por la noche iba a buscar a su amor. 
Fumaba tranquilo, planeaba la semana y ella le arrancaba el cigarro y lo besaba.

Y un día lo mordió el virus el miedo. Entendió que las mujeres nunca tienen dueño. 
Y temió que ella marchase, que se agotase el manantial sin un por qué.
Venció el miedo y faltó a la última cita, no descolgó el teléfono que aullaba en la mesilla. 
Y el temor a la derrota lo agarrotó como un calambre, sin un por qué.

Duro, intenso y precario, se enfrentaba cada día al oleaje en el trabajo. 
Y una mañana la cobardía lo paralizó en la puerta y no entró a la oficina.
Volvía a despertar y empezaba el periódico como tantos por detrás. 
Vio y sintió la noche del planeta y su desastre, tuvo miedo y decidió no salir a la calle.

Y ahí lo tienes encerrado en casa, temblando como un niño, sellando las ventanas, 
para no ver, ni escuchar, sentir, notar la vida estallando fuera. 
Por miedo a sentir miedo fue a la cama, como una oruga se escondió y envuelto entre las mantas se durmió, 
hizo humo el sueño y se olvidó del mundo por miedo a despertar.

Aún sigue dormido. Pasaron los inviernos y aún sigue escondido, 
esperando que tu abrazo le inocule la vacuna 
y elimine el virus del miedo y su locura.

lunes, 4 de julio de 2011

Corré que no te espío!

Alguien me dijo una vez que "Amar a alguien nunca es garantía de que te amará de vuelta". La primera vez que escuché esa frase pensé que no podía estar mejor expresada. Uno no decide a quién amar, pero paradójicamente, tampoco podemos decidir quién va a enamorarse de nosotros, por más que lo intentemos. No es un contrato, ni un negocio.

El 21 de Julio van a cumplirse 4 años desde el día que te vi, te saludé, te toqué, te besé y todo por primera vez. Desde ese día te amo. No sé como dejar de hacerlo. Aprendí que no se trata solamente de darse y entregarse. Aprendí que eso pasa por dentro y que te pasa una sola vez y que es tan fuerte que, por más distante que esté de la persona que amo, esa huella me va a marcar para siempre. Que no se trata de resignarse, que no es simplemente avanzar. Aprendí que no se supera lo que se ama, porque lo que se ama no es un problema, es un sentimiento. Los sentimientos no se esconden ni se actúan. Los sentimientos nacen y afloran.

Cuando yo pienso en vos, tiemblo. Y hay gente que dice que brillo, y yo les creo. 

Cuando miro para atrás y me acuerdo de lo que vivimos, lloro. Y lloro por la ilusión de haberte creído para mi. Lloro por lo lindo que fue y por lo lindo que parecía que iba a ser en el futuro. Lloro por la bronca que me nace al saber que ya no está más y que tampoco va a estar. Lloro porque tengo que hacer de cuenta que no sentí nada. Lloro por las veces que te amé y me amaste y nos reimos. Y lloro por las veces que te traicioné y por las veces que me traicionaste. Lloro porque me siento defraudada y cansada y porque no puedo dejar de sentir todo esto, porque eso no se elige.

El llanto no demuestra nada más allá del carácter de las personas o de su temperamento. El llanto no siempre demuestra cobardía, ni fortaleza, ni hombría ni mucho menos dolor. Entonces el llanto no significa nada más que una forma de expresar sentimientos. 
Mi manera de demostrar mis sentimientos, además, es dejándolos en claro, contarlos, gritarlos y si hace falta, escribiéndolos en mil carteles enormes o cartas diminutas. 
Y ni siquiera así a veces da resultado. Porque el amor no depende de eso.


Encontré la forma, indirectamente, de no volver a estar cerca tuyo hace casi 6 meses exactos.


Nada en mi cambió.


Por un momento lo único que había tratado era que me llames por teléfono. Para mi, estúpidamente, esa iba a ser la prueba de que realmente me amabas. Gracias por no hacerlo.
Desde que te dejé en Salta pienso a menudo en cómo sería el día en que vengas a decirme que no me querés como antes y que estás bien solo. Te imaginé contándome de tus nuevas chicas y de cómo son tus días sin mi.
Fue un error mío.
Por pensar en eso siempre, me pasé los días esperándolo.

Nunca me di cuenta que no hacía falta que me lo digas, que así como a mi me nacen los miles de sentimientos a vos y al resto de las personas le nacen otros y uno sigue el rumbo de la vida según eso. 

No entiendo por qué yo sigo esperando que me digas con todas las palabras "Todo terminó", si claramente hace rato que terminó.

Que me extrañes, me trates bien, te preocupes por mi a la distancia, me preguntes por mis cosas o te intereses por mi presente, no tiene por qué significar algo más que eso. 
Me costó entenderlo. Me volvían las dudas de por qué yo no merezco esto o lo otro, por qué lo aguanto, por qué no soy suficiente, por qué no me cuenta, por qué no me explica, por qué, por qué, por qué y no entendía por qué volvía a sentir esa angustia, si ya no eras mío, si siempre fuiste tuyo. 

Me costó mucho. Pero lo entendí. 
Nunca más vamos a estar juntos, entonces creo que debería dejarte ir.